O romancista em seu livro
Cristóbal Alliende, o autor do texto a seguir, nasceu em München, Alemanha, em 1972. Viveu a maior parte do tempo em Santiago, Chile, onde estudou literatura hispânica na Universidade do Chile. En 1992 publicou o livro de poemas
Melodías en claustro, sob o pseudônimo de Samuel Solln. Até 2000, trabalhou como editor do suplemento "Artes y Letras" do jornal
El Mercurio. Atualmente, prepara seu doutorado sobre o escritor uruguaio, traduzido no Brasil pela Editora Cosac Naify há poucos meses, Felisberto Hernández.
O texto - do qual recomendo vivamente a leitura - mescla acurado conhecimento em literatura, fina ironia e bom humor. Foi publicado originalmente na edição do último 4 de fevereiro no
El Mercúrio.
El novelista en su libro
Existen escuelas de literatura que asumen como incuestionable la independencia de la obra literaria, su desconexión con su creador. Esas escuelas cuelgan de sus paredes imponentes retratos de Roland Barthes, Jacques Derrida, Hillis Miller o Michel Foucault, y siguen cantando la muerte del autor. Todavía piensan que la realidad está regida por el lenguaje y que el trabajo de los escritores fulano o zutano no fue más que el resultado de procesos sociales inevitables... Vidas y procesos que, repiten, no son más que palabras.
Otras escuelas, menos abundantes y más desacreditadas e igualmente equivocadas, piensan que el historicismo decimonónico está de vuelta. Según ellas, es evidente que los escritores, de manera más o menos oblicua, se imprimen en sus libros y que, por ello, es imprescindible conocer a los primeros para entender a los segundos.
Pues bien, febrero está aquí y vale la pena, en vez de recomendar lecturas veraniegas, sugerir una lista de puntos que pueden ayudar a querer lo leído y a su autor. Parte de este listado tiene su origen en la polémica originada a comienzos de los años noventa por Francis-Noël Thomas y su libro The Writer Writing (Princeton 1992) y Wayne C. Booth, quien escribió la intoducción al estudio.
Primero: Las obras literarias no se crean solas ni son resultado de un proceso social. Las grandes obras, en cuanto originales, sólo se deben a alguien. Otra cosa es que la gran mayoría de lo publicado sea una mierda y respon00da a fórmulas probadas, copiadas, social y económicamente aceptadas que serializan al autor.
Segundo: Las obras literarias no crean a su autor. A veces, sólo a veces, esas obras dicen más de lo que el escritor -desde Marcel Proust hasta Felisberto Hernández- hubiese querido o, incluso, sabido conscientemente. Así, hay que entender a la novela que tenemos al frente como un telescopio; es decir, como un instrumento que nos permite a los lectores ver lo que a simple vista no se puede.
Tercero: El lector puede disfrutar con toda tranquilidad de una obra cuyo autor le es absolutamente desconocido. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la buena literatura suele tener varias lecturas y que más de alguna de ellas surge de las obsesiones, amores o secretos del autor.
Cuarto: Así como la ficción de, digamos, una novela policial debe estar fundada en eventos verosímiles según los estándares de la realidad vivida por el autor, la escritura sobre sí mismo (desde la autobiografía hasta el género epistolar) dice poco de la realidad. De hecho, incluso la biografía no es más que una variante de la ficción por cuanto selecciona de manera maniquea eventos que superan infinitamente lo impreso.
Quinto: Al igual que todos los mortales que intentan inmortalizarse, los escritores son mentirosos. Los más mentirosos suelen ser los más brillantes.
Sexto: Como apuntó hace poco Milan Kundera, las novelas, incluidas las obras maestras, no le pertenecen al papá, la mamá, el país o la humanidad. Les pertenecen a sus autores, y a nadie más que a ellos; y si quieren cambiar o destruir lo que parece perfecto, que los editores se jodan.
Séptimo: Nunca olvidar la reacción furibunda de Cervantes ante la aparición del Quijote de Avellaneda: "Don Quijote nació sólo para mí y yo para él. Él sabía de aventuras y yo de cómo escribirlas. Él y yo somos simplemente una sola entidad".
Octavo: La relación entre la obra literaria y el autor se ubica en lo posible, mas nunca en lo demostrable. Específicamente, se ubica en lo que en alemán se conoce como "das Unheimliche".